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HEMEROTECA- Tomo I
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FEBRERO 1973 - Año Il- Núm. 4

 

HERMETISMO

DE LAS CLAVES Y LAS CLAVICULAS

En nuestro último escrito en estas páginas presentamos al lector interesado en estas lides una temática un tanto extraña, incluso dentro del mismo hermetismo, pues lo que a la luz se puso de una forma ordenada, sistemática, fría, nos atreveríamos a decir es patrimonio de muy pocos ya que corresponde a una fase en el sendero donde el caminante ya ha logrado apartar un poco las brumas que al principio le impiden ver claro donde asienta sus pisadas. Creemos firmemente que en el caso peor les habrá servido para ordenar un poco este tremendo caos que envuelve a todo aquel que principia a adiestrarse en los trabajos propios del arte, motivo por el cual sería para nosotros motivo suficiente de alegría debido a la grandiosidad de las cosas que nos hemos atrevido a esbozar y a las pocas luces que poseemos para realizarlo.
De todas maneras, caminando se abre la senda, por lo cual hemos pensado que a nuestra anterior exposición citada sobre los ritos y rituales bueno sería añadirle algunos párrafos que de manera bastante directa pueden ayudar un poco más al adentrado por estos dominios del arte regio, viniendo a complementar una exposición, la cual quedaría incompleta de no desarrollar faceta de la misma, faceta que, si mal no recordamos, casi nadie se ha determinado a desenterrarla un poco al público quizá por lo delicado del tema. Nos referimos a las claves y clavículas del hermetismo tradicional.


Ciertamente, y debido a lo delicado del tema, no nos lanzaremos de un modo personal por estos derroteros, sino que como es tradición nos ampararemos también en los criterios de las autoridades clásicas al respecto y así, de esta forma, daremos un grado de solidez muy superior a toda la temática que expondremos.

Piobb, en su recolección sobre los temas del arte, resume así:
 –Lo que en el arte de los sabios se designa bajo el nombre de claves responde a la necesidad de resumir en formularios breves que suplan a la memoria. Una clave es, pues, una regla nemotécnica. Mayoritariamente, las claves tratan de “mementos” concernientes a una determinada “práctica” operatoria más bien que referirse a esta u otra teoría reveladora de los misterios del hermetismo.

En diversas épocas, los buscadores individuales, buscadores que muchas veces sólo pueden servirse de las ayudas de su propia mente, han deplorado y se han quejado de que la “tradición” se hubiese perdido. Les parece que las pistas tradicionales redescubiertas en el curso de sus trabajos no contienen los esclarecimientos y revelaciones que hubiesen deseado. Primeramente, diremos que no es exacto que la tradición se haya perdido, las pistas abundan, solamente hace falta saber servirse, y aseguraríamos que lo que se ha perdido en bastante proporción es precisamente este “saber servirse”. La manera de usar una cosa no se inventa ni se descubre en el sentido estricto de la palabra. Esto pasa con muchos de los instrumentos más usuales, si alguien no nos muestra el funcionamiento restan inútiles esfuerzos para nosotros a no ser que con paciencia y no pocas experiencias, muchas de ellas amargas, aprendamos por nosotros mismos las reglas del juego por así decirlo.
Las claves del arte forman arte de un conjunto de pistas o reglas, las principales de éstas, aunque son muy numerosas, han sido conservadas bajo el sello del secreto más absoluto y riguroso, aunque muchas de estas mismas claves han sido expuestas siempre de “forma general” en infinidad de textos.
Las claves tradicionales que podríamos catalogar en el apartado de principales no pertenecen de por sí a ninguna lengua o idioma en particular. Estas reglas no consisten, y sea dicho para aclarar conceptos en preceptos de abstracciones diríamos doctrinales, ni tampoco en números o figuras más o menos geométricas. Estas son palabras sin ningún sentido evidente, sin ninguna significación patente, mas si utensilios por medio de los cuales cada uno abre positivamente lo que podríamos llamar un compartimento iniciático. Estas palabras constituyen una directriz, una protección que permite a aquellos que penetran en el oscuro e intrincado mundo reservado a la iniciación no perder su vía o más bien a lo que se designa normalmente con este nombre. Lo que normalmente el vulgo conoce con el nombre de pistas y de reglas consisten casi siempre en disposiciones de preceptos referentes a un cuerpo doctrinal determinado, disposición que muchas veces sólo deja entrever una serie de oscuras criptografías donde el número y la configuración parecen tener una importancia capital, pero el carácter es casi siempre en este sentido secundario por completo.
Las claves de las cuales se sirven los maestros del arte revelan algunas sobre todo una doctrina, es decir, que son un reflejo de la teoría. A decir verdad, estas claves son superfluas para el especialista práctico, pero sí de alguna utilidad. Las mejores dentro de este género, sin lugar a dudas, son “La Tabla de la Esmeralda”, que una colectividad de educadores iniciáticos, en los primeros tiempos de nuestra era, firmó bajo el pseudónimo de Hermes Trismegisto, y le sigue el “Evangelio”, de Juan. Estas claves aquí citadas constituyen las claves doctrinales para el Occidente y para la época que ha comenzado con el cristianismo. En fin, se encuentran accesibles a la mentalidad europea y no parecen del todo oscuras a los modernos estudiantes del arte que “verdaderamente” están interesados en su estudio y por tanto trabajan sin descanso para ver realizada su “obra”.
Haremos bien en pensar que claves como éstas, parecidas, si no queremos llamarlas idénticas, existen en Oriente y que tanto en Egipto como en Grecia han sido utilizadas otras parecidas. La kabala ha realizado esta misión entre los hebreos y podríamos encontrar en Méjico mismo las trazas, e incluso los textos, de las claves de los que se sirvió América en tiempos que no había contacto oficial con el mundo clásico.
Respecto a los números que aparecen en muchas de las susodichas claves diremos que más bien hay que considerarlos en su valor cualitativo, más bien que en el cuantitativo ya que las cantidades que representan normalmente prevalecen en sus aspectos analíticos y esenciales. La forma que tienen los números tampoco son arbitrarios, por supuesto. Normalmente, derivan de formas muy conocidas de la geometría y ya es de sobra de todos conocido el valor iniciático de esta disciplina dentro del hermetismo.
Sin embargo, hay un número entre todos los demás, al que debe prestarse una especial atención ya que se le encuentra empleado de las más diversas maneras y especialmente en el establecimiento de ciertas claves doctrinales; nos referimos al número “diez”. Si geométricamente este número representa el decágono, constituye también la numeración decimal, y por otra parte es la base de partida de lo que se conoce en kabala como Sephiroth. Entre el decágono y la numeración decimal existe una relación puramente cuantitativa, se cuentan diez lados y diez números, también contaríamos diez Sephiroth, etc.
De hecho, el decágono es una figura, el número diez representa el número total de sus lados y por consecuencia expresa el ensamblaje de la figura. En este caso, el número diez adquiere un valor geométrico. En el caso de que represente a las cifras de la serie natural tendremos que admitir, cómo no, otro sentido del mismo número, el valor aritmético. En el caso de los Sephiroth admitiremos una cualidad o más bien dicho un valor simbólico: en efecto, en este último caso el número diez no representa ni la serie decimal y tampoco al decágono.



EL SISTEMA DE SEPHIROTH SE BASA SOBRE UNA ABSTRACCIÓN ARITMÉTICA O GEOMÉtrICA DEL NÚMERO DOCE SOBRE EL NÚMERO DOS O VICEVERSA


 

El sistema de Sephiroth se basa sobre una abstracción aritmética o geométrica del número doce sobre el número dos o viceversa, mejor dicho. Cuando la abstracción se hace de forma aritmética se reduce a una simple abstracción, pero cuando ella se hace geométricamente ella proviene de una extracción de vértices del decágono, extracción que si no tuviera sus razones sería completamente fantasiosa. La legalidad de la extracción geométrica de los dos lados en el polígono regular que contiene doce se comprende asimismo por el examen atento de la disposición circular de las ideas generales. Tendrían que ser éstas doce y dispuestas sobre un dodecágono, en realidad no son más que diez porque dos de ellas, aunque existen, hablando absolutamente, son inconcebibles y no puede dársele ninguna representación intelectual; la primera de ellas es la idea de la “causa primera” o divinidad, la segunda la idea de la “creación”, o hablando quizá mejor de la formación o involución de las formas concretas, lo mismo que las abstractas de cualquier cosa, o sea lo informe, llamado algunas veces la ausencia de forma, idea esta última que aún sería más difícil de representar. Este hecho reduce a diez las “ideas generales” y Aristóteles lo mismo que Kant no pudieron mencionar más que estas diez categorías.
Por esta razón los Sephiroth se cuentan en número de diez.
Independientemente de esta clave denaria, que a pesar de su presentación hebraica es universal, existe una clave muy importante cuyo dispositivo está basado en el número 22. Tiene un carácter más secreto que la antecedente porque es la del alfabeto y que a la idea de las letras se escribe la teoría. Entonces, tenemos que las letras se refieren a sonidos por la voz humana y la voz sirve para las encantaciones como para las plegarias. El motivo por el cual en magia se canta o se reza parece bastante fácil de comprender. Si no, no encontraríamos razón alguna por la cual tales cantos o tales plegarias se encuentran más recomendados que otras. Pero, sobre todo, no se discerniría razón por la cual tales sílabas se prefieren más que otras.
Estos son los motivos y razones que sólo puede exponer una teoría que es la teoría de los mantrams. Pero se puede entrever que una teoría pareja para las aplicaciones de particular importancia debe resguardarse “iniciática, secreta”. Así, la llave o clave de las 22 letras constituye un verdadero “misterio” en el sentido griego de la palabra.
El alfabeto hebreo es un prototipo. Esto no implica ni quiere decir que su constitución haya precedido a otros alfabetos. Queremos decir con esto que el alfabeto hebrero es el que disimula menos su carácter iniciático.
Las 22 letras son significativas, bajo este punto de vista y a la kabala no le ha hecho falta de insistir sobre el valor metafísico de cada una de ellas.
La mayoría de los alfabetos buscan con profusión y diligencia los principios sobre los cuales se basa la disposición de las letras. El récord está detentado por los chinos, los cuales, por su escritura ideográfica no cuentan menos de doscientas catorce radicales, pudiendo componer, por derivación, nombres constituidos por una sola letra. Pero en los hebreos, el alfabeto no comporta más que el número suficiente, al menos iniciáticamente. Después, por la división de sus letras, según la kabala en tres madres, siete dobles y doce simples, se hace accesible la teoría. Pero de todos modos, no hay que confundir las letras dobles, según la kabala, con las que tienen dos representaciones gráficas y, sobre todo, tampoco con las letras dobles que menciona san Jerónimo que le sirvieron para establecer su traducción de las Sagradas Escrituras.
Dejando aparte ya esta primera parte de nuestra exposición, donde hemos examinado de forma rápida las pistas o indicaciones principales o claves veamos ahora a sus hermanas menores, digamos, o sea lo que en el arte de Arnaldo conocemos con el nombre de clavículas.
Es, probablemente a fin de tenerlas a mano durante la celebración de las ceremonias, que ellas, normalmente, están gravadas sobre medallas circulares. A veces, por esta razón, son bastante susceptibles de ser confundidas con las medallas talismánicas, las cuales están establecidas a la manera de los tentáculos ritualísticos, proviniendo de la magia deformada. Pero se reconocen también fácilmente para el entendido en estas cuestiones ya que sus sentencias están a base de signos de alfabetos sagrados normalmente vedados al profano y en el segundo caso, o sea, en el de las medallas talismánicas, las sentencias son fácilmente legibles.
Estas clavículas llevan las indicaciones necesarias para observar el rito o ritual de tal o cual ceremonia, sea ya efectiva o simbólica. El rito lo recuerda por las figuras o las letras ocupando su parte central de la medalla de suerte que el operador tiene bajo sus ojos el gráfico de los gestos con su forma y el número que tiene que realizarlas. El ritual está mencionado por los nombres, dichos sagrados, que, según la composición y la disposición en que vienen representados, señalan las palabras que deben ser pronunciadas. Los nombres considerados como sagrados son aquellos que en hebreo se refieren a la divinidad o a sus manifestaciones directas. Su relación compone por sí misma un sistema, pero cada uno de ellos constituye en sí una clave. Ella ha sido de carácter religioso casi siempre, pues las plegarias no han podido prescindir de ellas en su contenido.
Ya que parece que las clavículas son numerosas, parecerá también que así lo son las ceremonias; se ha llamado clavículas a todo resumen que las catalogaba. Finalmente, cuando no se sabía a qué resumían o representaban estos dibujos circulares se han establecido falsas clavículas, muchas de las cuales han llegado a nivel popular y de las cuales los brujos se sirven de ellas a guisa de fetiches.
Para acabar al respecto, los brujos han hecho uso durante todos los tiempos abundantemente de los grimorios, escritos generalmente en lengua fantástica, pretendiendo que en ellos están contenidas las claves cuando en realidad no son más que copias de fórmulas de oraciones inexactas o de ingredientes cuya composición exacta no se parecen más que de lejos con los de las preparaciones mágicas.
Si los primeros grimorios sirvieron para disimular una correspondencia entre iniciados, solamente de aquellos que sintieron el deseo de escribirse en épocas de ignorancia, se concibe que los brujos y hechiceros por consiguiente, empleando un lenguaje barroco en sus fórmulas, quisieron y quieren presumir de una iniciación que no han tenido ni tendrán seguramente jamás.
Parece que por lo expuesto en estas breves líneas, que las claves misteriosas del arte de los sabios son difíciles del alcance de las personas normales o simplemente de los principiantes en estas esferas donde muchas veces física y metafísica se unen en estrecho abrazo de “entendidos” racionalistas materializados que están muy ocupados adorando un “transistor” o un automóvil última línea…; nada más lejos de esto, el hermetismo, la religión y todos los demás medios de acceso a la consecución de la obra nunca han dejado las puertas cerradas a cal y canto para el neófito, quizás y esto sí es comprensible, sólo entreabiertas para que el tamiz fuese lo suficientemente fino para salvaguardar a los hijos del arte en perfecta seguridad y tranquilidad total para poder proseguir sus trabajos en silencio y ordenadamente como mandan los sacrosantos e inalterables cánones de la ciencia que cultivó Raimundo.
Para reafirmar lo que se ha apuntado sólo indicaremos que basta simplemente abrir un libro conocido de casi todos, el cual contiene numerosas claves usadas en la actualidad y en todos los tiempos para los ceremoniales del arte real; nos estamos refiriendo a la Biblia, y más concretamente al encabezamiento del Evangelio según san Juan, el cual, si es “estudiado y meditado” concienzudamente, abrirá, qué duda cabe, un gran paréntesis a rellenar posteriormente por el propio lector acerca de lo que le ha sugerido la lectura de este texto clásico del hermetismo, al tiempo que al más avanzado en estas disciplinas le aconsejamos que lea en voz alta este mismo texto matizando muy bien las palabras y que él mismo recoja las impresiones experimentadas por las vibraciones sonoras producidas al escuchar de su propia voz un texto clásico iniciático al cien por cien.
Tomamos del texto griego:

En el PRINCIPIO era el VERBO
Y el Verbo estaba con DIOS
Y DIOS era el VERBO
Todo estaba en el PRINCIPIO con DIOS
El TODO por esto mismo fue hecho
Y por eso nada existe que nada de lo que FUE HECHO
Pues en esto mismo está la VIDA
Y la Vida era Luz para los hombres
Y la LUZ luce en las TINIEBLAS
Y las TINIEBLAS NO PREVALECERAN…

 

Unas sílabas, palabras, frases sin importancia aparente pero que han marcado el destino de quienes han penetrado, al menos en su segundo significado de los siete que se podrían dar y todos ellos serían válidos, pues el hermetismo es la disciplina por excelencia que conjuga la disparidad aparente con la unidad irreconocida o ignorada por muchos ejemplares de la pretendida raza superior de la naturaleza si mal no recordamos homínidos superiores.
No son palabras de derrotismo ni de menosprecio, al contrario, quieren ser toques de aviso para aquellos que han dejado apagar sus candiles y se han dormido sin velar la llegada del Amo. Quiera Dios que despierten a tiempo y puedan aún avivar de una manera definitiva el fuego secreto que todo lo abrasa tan querido de todos aquellos que manejamos el vaso destinado un día a contener la obra mana de la que nos hablan todos los maestros del arte a través de sus escritos desde hace más de cuatro mil años, sólo para recordar a los más contemporáneos…
Que este fuego anide en vuestros crisoles es un deseo sincero hacia vuestras personas de este servidor de todos.
Fraternalmente,

JOAN ARGENTIER


 

 

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