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HEMEROTECA- Tomo I
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ABRIL 1973 – Año II – Núm. 6

 

MUNDO-BIS

LA ISLA DE PASCUA


 

Situada a 27º 8’ 24’’ de latitud Sur y 110º 45’ 50’’ de longitud Este, dista 2.700 millas de Taití y 2.600 de Valparaíso. Al Nordeste del Archipiélago de las Galápagos, a unas 2.000 millas al Sur, el Antártico. Tiene una superficie de 118 kilómetros cuadrados. De forma triangular sus tres lados miden respectivamente 16, 18 y 24 kilómetros. La isla es enteramente volcánica y se advierten en ella importantes variaciones magnéticas. Su superficie está cubierta con unas enormes estatuas que han constituido, desde que se descubrieron, un inexplicable misterio…
Un escalofrío de impotente ignorancia debe recorrer los más íntimos sentimientos de todos los científicos e historiadores que se interesaron en tan enigmático como insoluble problema. Empequeñecidos hasta lo infinito al contemplar aquellas enormes moles de piedra cuyo natural silencio parece un mudo e inexplicable alarido de desafío hacia el hombre, proyectado siempre hacia un futuro y sin detenerse en considerar, en muchas ocasiones, que a este futuro puede llegar más fácilmente, con toda certeza, a través de su pasado.

Haciendo un poco de historia empezaré diciendo que la Isla de Pascua fue descubierta en 1722 por el marino holandés Jacobo Roggeven, precisamente el día en que se celebraba aquella fiesta, por lo que de ahí (y dudando un poco de la imaginación del notable descubridor holandés) que se le impusiera tal nombre. Aquella expedición holandesa llegó al colmo de su asombro al descubrir sobre plataformas, un gran número de enormes estatuas cuyo origen racional les pareció un profundo enigma (enigma que, pese a las más o menos afortunadas teorías que se hagan en la actualidad, sigue persistiendo). Roggeven y sus compañeros, tras realizar un somero reconocimiento y percatarse de la pobreza del terreno debido a sus características eminentemente volcánicas, abandonaron aquella isla y a sus escasos pobladores para llevar a la civilización la noticia, al principio recogida con gran reserva, de que habían descubierto un lugar que había servido de morada a “unos gigantes”. Fue unos años más tarde, en 1770 cuando Felipe Gonzáles, enviado por el virrey del Perú para tomar posesión de la isla en nombre del rey de España, se enfrentó también con la sorpresa de hallar las estatuas. Pero la definitiva preocupación por parte de los investigadores llegó con la visita que realizara a la isla el célebre navegante Cook en 1774, el cual, con un sentido más realista que sus predecesores, se llevó consigo gran cantidad de pequeñas estatuillas y piedras con extraños gráficos que provocaron el consiguiente revuelo entre los hombres de ciencia de la época y ponían en movimiento, de un modo definitivo e incesante, las investigaciones y conjeturas científicas y paracientíficas.
Vamos a exponer, de un modo poco complicado y resumido, necesidades imperativas de espacio así lo determinan, lo que son, bajo una óptica puramente material, las tan comentadas estatuas.

El total de ellas hallado hasta la fecha (cuyo número va engrosándose por las que se descubren enterradas bajo tierra) es superior al número de 500, teniendo la mayoría unos cinco metros de altura, pero sin olvidar que las hay mucho más altas, midiendo la mayor más de veinte metros con un peso superior a las 50 toneladas, si bien el peso medio de los inexplicables moai (nombre con que denominan a las estatuas los indígenas puede calcularse en unos 30.000 kg. Tras las exageradas dimensiones, lo primero que llama poderosamente la atención es la similitud facial en aquellos pétreos rostros, así como la fisonomía, una extraña fisonomía que a cualquier antropólogo le será difícil de asimilar y que destaca por la desproporcionada longitud de las orejas y el exagerado abultamiento del labio superior.
Esparcidas por la isla, algunas en perfectas hileras como las llamadas “de los siete iniciados”, constituyen un insólito espectáculo cuyo inquietante misterio perdura desde su descubrimiento. Pero las estatuas, auténtico desafío a la razón, permanecen estáticas y desafiantes, siendo pocas las que se han derrumbado por la acción de catástrofes naturales.

Admitida su existencia (y sin introducirnos ahora en el “porqué de esta existencia”) otro gran interrogante se abría. ¿Cómo era posible manejar aquellas estatuas? Téngase en cuenta que los llamados “talleres” en donde eran elaboradas se hallaban en el interior de los cráteres apagados de los volcanes, por lo que luego tenían que ser izadas al exterior y, quizá lo más sorprendente, trasladadas a lugares distantes de los puntos de construcción, identificados a varios kilómetros. Suponiendo la posibilidad de subir los moai (lo que ya es suponer) queda el problema, el tremendo problema, del traslado. Diversos investigadores han probado este polémico traslado valiéndose únicamente de los recursos “lógicos” con que podían echar mano los nativos, y el fracaso, aplicándose tales pruebas en las estatuas más pequeñas, ha sido siempre el común denominador que ha respondido a los esfuerzos del hombre ante tal enigma.

Es conocido, por las pequeñas dimensiones de la isla y sus escasos recursos naturales, que nunca fue extremadamente poblada, por lo que debemos desechar el esfuerzo humano en gran número (como las legiones de esclavos con que contaban los egipcios para trabajar en las pirámides). Por otra parte es realmente sorprendente la ausencia total en los moai de huellas que denoten golpes o rasguños, lo que sería inevitable de ser el vehículo de traslación unos enormes trineos, como algunos autores han apuntado. (Ha habido otros autores que han defendido, con gran seriedad por su parte, la teoría de que señala cómo se ponía delante de la estatua que deseaban trasladar, una gran alfombra de boniatos y ñames que llegaba hasta el punto de destino y así, gracias a esta impresionante papilla, se deslizaba. Pero el misterio, razonando con una mínima lógica sobre él, se me antoja indescifrable. Entonces hemos de dar un invisible salto y refugiarnos en la leyenda o en la tradición para prestar oídos a lo que cuentan los indígenas iniciados (que son pocos) y nos hablan, también con gran seriedad y solemnidad, del MANA, un extraordinario poder que poseían algunos escogidos hace muchos, muchos siglos. Y el Mana es la obsesiva respuesta que tienen siempre para la no menos obsesiva pregunta. La población debía trabajar duramente en los “talleres” en la confección de la estatua para que una vez terminada los felices poseedores de este milagroso (quizá no tan milagroso) Mana lo trasladaran sin esfuerzo al lugar previamente elegido. Otra versión que ha pasado de padres a hijos cuenta que gracias al Mana, los moai avanzaban erguidos, girando en semicírculo sobre su base redonda ¿respondiendo a la acción del Mana o a la de un mecanismo electromagnético de campo limitado?


Pero la tradición entre los pascuanos tampoco es demasiado diáfana y posiblemente ni ellos mismos tienen interés en que lo sea. Se nos habla, en ocasiones contradictoriamente, de una enorme extensión de tierra: la tierra de Hiva, que merced a un gran cataclismo fue tragada por las aguas, posiblemente en la misma fecha en que desapareciera la Atlántida, y algunos de sus habitantes, los procedentes de Hiva, se refugiaron en la Isla de Pascua (la cual no es difícil de imaginar sufriera también la desaparición de parte de su configuración física). Allí descubrieron los moai y, con toda certeza, “algo más” que nunca será revelado y, lo temo, difícilmente el hombre llegará a reconstruir por sus propios conocimientos. Sigamos con la tradición. Los que huyeron de tan gran catástrofe hallaron tres o más grupos de individuos etnológicamente por completo distintos: los polinesios, que no son bien conocidos; “los hombres de las orejas largas”, que guardan ya un evidente punto común, las orejas, con las líneas faciales de las estatuas, y, según declaraciones de unos ancianos de Francis Maziere, “unos hombres del más allá que tienen el cuerpo cruzado por venas aparentes”. ¿Pero de verdad no omite nada la tradición? ¿Cómo encajar en este tremendo “puzzle” los diversos signos de clara ascendencia egipcia que se encuentran grabados al dorso de un gran número de moai? Y aquí toda elucubración ya es permitida, ¿qué decir de las estatuas exhumadas, de una altura cercana a los 10 metros, y cuyas manos enlazadas a la altura del ombligo en indudable actitud de profunda meditación y que, como señalara en su día Stephane Chauvet, la extraordinaria longitud de sus uñas indicaba una clara ascendencia asiática, china concretamente, y de los antiguos iniciados incas?


¿Y qué decir del “hombre-pájaro”? Toda una tradición que nos viene al conocimiento, siempre “contando sin demasiadas ganas de ser entendido”, por los iniciados pascuanos, con el Rito Mágico del Hombre-Pájaro, en el que hombres y mujeres rivalizaban en cantos y danzas, de origen confuso, para los de tan extraordinario ser. Y, sigue la tradición, ocasionalmente algunos se transformaban en “hombres-pájaro” a instancia de los dictámenes de los sacerdotes, siendo escogidos por el dios MAKE-MAKE en persona. ¿Qué vamos a pensar de todo ello? ¿Nos sugieren los “hombres-pájaro” la existencia de una civilización extraterrestre y, por consiguiente, poseedora de una tecnología aún no imaginada por nosotros? ¿O, lo más cómodo, una leyenda más que añadir a las muchas que jalonan el folklore de los pueblos? Pero ¿no puede tener relación con lo que cualquier pascuano, sin necesidad de ser iniciado, le revelará al referirse al rostro pétreo de RANO-RARAKU, con sus escrutadores ojos mirando hacia el cielo, que muchos siglos atrás la isla se llamó “MATAIKITERANI”, es decir, “ojos que miran al cielo”. Otro, de los diversos detalles, que nos señala esta inquietud de los pascuanos antiguos hacia el firmamento.



ALLÍ DESCUBRIERON LOS MOAI Y, CON TODA CERTEZA, "ALGO MÁS" QUE NUNCA SERÁ REVELADO Y, LO TEMO, DIFÍCILMENTE EL HOMBRE LLEGARÁ A RECONSTRUIR POR SUS PROPIOS CONOCIMIENTOS.


 


 



Otro de los hallazgos insólitos en la Isla RAPA-NUI (como la denominan los indígenas) son las famosas tablillas de madera grabadas. No deja de ser por demás desconcertante el encontrar estos pedazos de madera repletos de ideogramas, cuando ningún tipo de escritura fue descubierta nunca en el archipiélago polinesio. Realmente es un factor que predispone, cuando menos, a la inquietud, y más cuando los propios iniciados reconocen saber el lugar en donde se hallan gran número de estas tablillas pero nunca, y por nada, llevarán a un extranjero a las grutas en donde se hallan. El aspecto religioso de las tablillas toma una carta tremendamente importante en el laberinto que se sumerge quien desea penetrar en los misterios de “La Isla del Silencio”.
También me resulta chocante el extraordinario celo de las autoridades chilenas, país del que depende administrativamente la Isla de Pascua, con todo lo que atañe a descubrimientos (que personalmente presumo de escasos) y objetos referentes a la enigmática civilización que un día pobló la isla. Los pascuanos viven, de un modo bastante lamentable, en reservas, tal y como lo hacen los indios norteamericanos. Se necesitan una serie de salvoconductos para deambular por la isla con fines científicos y es sumamente difícil llevarse “algo”, incluso los museos arqueológicos de Londres y Washington, que poseen sendos moai, de los más pequeños por supuesto, tuvieron serias dificultades para ello. Y, lo que roza ya en la tiranía, es la prohibición total de que los escasos pascuanos puedan abandonar la isla, ¿para qué estas, aparentemente absurdas, medidas de seguridad?


Volviendo a la tradición (¿qué sería de la historia sin la tradición de los pueblos? Cuentan que los moai, al estar orientados unos hacia el mar y otros hacia el interior de la isla, dirigen sus cuencas vacías hacia varios puntos clave de la tierra, de los cuales son responsables (o acaso sean simples aparatos de control remoto manejados de la forma más insospechada para saber a distancia lo que ocurre).
Si se llevase a efecto una encuesta sobre este problema (¡qué interesante sería!) mi modesta opinión se decantaría en afirmar de que la Isla de Pascua reúne demasiadas características que no encajan, en modo alguno, con la idea que tenemos de civilizaciones antiguas. En este caso concreto representa más que unos conocimientos infinitamente elevados que nos vienen de tiempos pretéritos. Las cosas “están”, apoyando en muchos casos las antiguas tradiciones, de un modo demasiado categórico. Mas bien parece que en el misterio de lo “antiguo”, en esta ocasión, la cortina de humo que siempre se ha querido imponer, haya fallado debido a evidencias espectaculares. Quizá por ello, estos 118 kilómetros cuadrados me parecen bastante ajenos a lo que llamamos mundo terrestre. Permítanme también elucubrar un poco, pero me da la sensación de que el origen de esta isla no es lo terrestre que las demás. Para hacerme entender fácilmente me la imagino como si contemplando un plato de guisantes usted, empedernido fumador, abre la boca y deja caer un cigarrillo en medio de ellos. Su configuración volcánica, su extraña escasez de agua y todo el enorme caudal de hallazgos insólitos, reunido en sólo 118 kilómetros cuadrados de la tierra me dan mucho para pensar. ¿Puede haber caído de alguna parte?, ¿o puede haber emergido casualmente? En suma: ¿Puede ser un “fallo”…?


Y para terminar permítanme que reproduzca las principales revelaciones que le fueron hechas a Francis Maziere (al que tengo en gran estima por sus trabajos realizados sobre este tema y, especialmente, por haber convivido largos meses con los pascuanos) por los iniciados. Creo que ustedes pueden sacar interesantes conclusiones:



–“A las estatuas que fueron sacadas de la isla les fue quitado por completo su fuerza.”
–“El primer planeta que los hombres conocerán será Venus”.
–“El cuerpo humano no puede resistir más de dos meses en los planetas.”
–“Existen gentes entre nosotros que no podemos ver.”
–“Una tablilla muy sagrada fue robada en la isla y la ciudad donde la llevaron se incendió.” (Lovaina).
–“No existen los vientos.”
–“Dos planetas, Júpiter y Marte, no poseen electricidad natural, son como la Tierra.”
–“Existe un planeta sin plantas ni tierra, formado tan sólo de agua y piedra.”
–“La Isla de Pascua fue muy diferente.”
–“La primera raza de la isla existió en dos islas de la Polinesia, parte de Asia y parte de Africa.”
–“Había animales en la Isla de Matakiterani.”
–“Los volcanes aparecieron en la época de la primera raza.”


 

Hablar de la Isla de Pascua es un trabajo apasionado y, como tal, requiere profundidad y extensión. En este espacio de “Mundo-Bis” hemos expuesto unos hechos y planteado unas preguntas que cada una de ellas creo merecerían por sí solas la extensión a la presente colaboración. Hay mucho, muchísimo más de que hablar, lo que hoy podría ser sólo como un rápido sumario de temas a debate. Creo que esta “imposible” Isla de Pascua, como con anterioridad lo fuera “El conde de Saint-germain”, son temas que deben asomarse de nuevo a “Mundo-Bis” y agradeceré muchísimo su colaboración a tal respecto. El terminar aquí me parecería un poco la táctica del “avestruz”, y esta táctica, usted ya se habrá percatado, va por completo en contra de la más elemental ideología de KARMA-7. Por ello les emplazo para que dentro de unos números, con la ayuda de ustedes, podamos reunir un importante dossier sobre tan interesante tema, al que daré mucha importancia las opiniones subjetivas de cada uno.
Si hemos de prepararnos para el futuro, esclarezcamos el pasado, creo que amb
os van íntimamente ligados.


 

FRANCISCO MONTANER


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