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HEMEROTECA- Tomo I
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MAYO 1973 – Año II – Núm. 7

 

ORIENTE OCCIDENTE

LA SABIDURIA DE LOS ANTEPASADOS

 

Sabemos que Giordano Bruno fue quemado vivo en una plaza pública de Roma allá por el 1600. El motivo: negarse a abjurar de la creencia de que el Sol permanecía inmóvil y en torno al mismo giraban la Tierra y los planetas.
Conocemos asimismo que Copérnico y Galileo hubieron que renegar de tan herética doctrina.
Pero la doctrina heliocéntrica es mucho más antigua. No hablamos ya de sabios como Roger Bacon o Leonardo da Vinci que se adhirieron a la misma. Hablamos de Arán, hermano de Abraham, que fue condenado a muerte en Ur por enseñar que junto a nuestro planeta nos movíamos alrededor del Sol. Al parecer el mismo Abraham que, si prestamos crédito a Clemente de Alejandría y a Hecateo de Abdera, era un distinguido astrónomo y matemático– se vio obligado a huir de aquella tierra cegada por la ignorancia para evitar un destino similar.
El caso se repitió en el año 250 a.J.C. con el famoso Aristarco de Samos.
Anaxágoras fue condenado por el Areópago ateniense por afirmar que el Sol –que era identificado como un dios por sus contemporáneos– se limitaba a una masa de metal incandescente. Gracias a las buenas artes del sabio Pericles pudo escapar de su penosa suerte, huyendo al Helesponto.


 

¿DE DONDE LES VENIA ESTE CONOCIMIENTO?

El mencionado es sólo un ejemplo. Si profundizamos un poco en la Historia, fácilmente advertiremos que muchos de los atributos que creemos exclusivos de nuestra civilización existían ya, tal vez bajo formas diferentes, en épocas remotas. Lentamente vamos advirtiendo una ciclicidad histórica que nos invita a revisar todas nuestras actuales convicciones.
Existieron en tiempos ya olvidados culturas fabulosas, tan distintas de la actual como de las concepciones que encontramos en los libros de Historia. Luego sucumbieron, dejando su lugar a otras nuevas. Los mejores elementos de la antigua pasaron a la que ocupó su lugar. Elementos científicos, técnicos, religiosos, artísticos, psicológicos, culturales en suma, parecieron desaparecer una y cien veces para ser redescubiertos –aparentemente– en distintos puntos del planeta y del tiempo. Vino añejo en odres nuevos.
No estamos negando, por cierto, la existencia de factores progresivos que permiten, paso a paso, avanzar a la Humanidad hacia formas más perfectas. ¿Insinuamos entonces que cada cierto tiempo el hombre camina diez pasos hacia delante y luego nueve hacia atrás (entendiéndose la metáfora), provocando así una evolución por acumulación de experiencia histórica? No estamos capacitados para emitir semejante opinión. Pensamos sencillamente que tal vez no se encuentre excesivamente alejada de la realidad.
Tampoco debe verse aquí cualquier entrevelada alusión a “iniciadores extraterrestres” que hubieran traído el conocimiento a la Tierra en un punto ignorado de la espiral del tiempo. Semejante hipótesis aparece como muy propia de nuestro siglo, habiendo dado lugar a un mito que viene intentando sustituir a otros que ya perdieron consistencia. Pero no por ello posee suficiente coherencia interna, estando como está condicionada por las peculiares características del actual momento histórico. Se ha querido dar a ciertas leyendas y textos antiguos una interpretación en ese sentido. Ello no impide que posean un significado muy diferente. Y no parece que podamos hallar una salida inteligente a la actual crisis de los esquemas científicos divagando sobre lo incognoscible en un campo tan abonado para las más atrevidas suposiciones. Eso, seguramente, sería comenzar mal. “Hay otros mundos –como escribía Eluard–, pero están en éste”.


 

LAS INSOLITAS COSMOGONIAS

¿Queremos pruebas de todo esto?
Las tenemos, exhaustivas. Monumentos y antiguos textos nos las presentan. Se encuentran ocultas en los libros de historia, en los museos, en los más recientes descubrimientos, incluso en las leyendas de los más diversos folklores.
Veamos algunas:
–En 1940, un sabio chino residente entonces en París, Liou-Tse-Houa, publicó una obra titulada “Proserpina: la cosmología de los Pa-Koua y la astronomía moderna”. Basándose en los principios de la ciencia china tradicional (en cierto modo el “I Ching” podría valernos para tomar una idea de los métodos por él utilizados) deducía la existencia de otro planeta perteneciente a nuestro sistema solar, del que describía todas las características: órbita, densidad, masa, etc. Los astrónomos lo corroboraron algún tiempo después (1).

–Nos pasa también por la cabeza el recuerdo de “Lilita”, un supuesto segundo satélite para la Tierra, la llamada “luna negra”, que ya habría sido anticipada por la tradición esotérica, y sobre cuya existencia, por citar de pasada tan sólo un ejemplo, habló reiteradamente Gurdjieff en los “Relatos de Belcebú a su nieto” (2).

–Volviendo a aquello del décimo planeta del Sistema Solar, un descubrimiento –eso es cierto– sobre el que aún existen discusiones, tenemos una cita del profesor José Alvarez López, en su valiente y excelentemente documentado libro “Dioses y robots”, que habla por sí misma:

…Es posible ver en el folklore y en ciertas ideas religiosas de la antigüedad el conocimiento del ciclo undecenal del Sol. Se trata sin duda de filtraciones populares de un antiguo conocimiento sagrado y por tanto vedado. El número once aparece como número sagrado en los diversos credos que tienen alguna relación con el culto del Sol. Y en la propia Grecia encontramos a este número como “escondido” por los habilidosos recursos “ocultantes” de los pitagóricos. En la antigua astrología, por ejemplo, los cuerpos celestes eran doce pero uno debía ser desechado. Quedaban once cuerpos. Vemos así que las “Casas Astrológicas”, que vienen desde la astrología babilónica, corresponden a doce planetas incluyendo a la Luna, la que no cuenta. Este mismo fenómeno ocultista se refleja en el almanaque, pues los meses son doce de treinta días, excepto febrero, que en astrología ocupa correlación con la Luna. En el “Simposium” de Platón, los invitados son doce, pero hay una mujer (Diómita), o sea que son once, nuevamente.

“En otros casos la presencia del once pitagórico se disfrazaba multiplicándolo por tres. Por ello el número solar de los babilónicos –que asignaban un número a cada cuerpo celeste– era el número 33 que, en realidad, era el número once, escondido por la multiplicación por la “unidad pitagórica” –el “tres” que era “uno” en la aritmética mágica de los pitagóricos. La Luna debía ser diez, pues su número era 30…” (3)



 

EL ENIGMA DE SIRIO

–El astrónomo persa Al-Sufi, del siglo x d.J.C., explica que la brillante estrella Sirio se hallaba en tiempos lejanos situada en el lado opuesto de la Galaxia, pues había pasado a través de ésta hacia el sur, y recibía entonces la denominación de Al-schira-al-bur. Cuenta asimismo que Proción, otra brillante estrella, era hermana de Sirio, pero no hizo la travesía junto a ésta. Las modernas mediciones parecen demostrar que así fue, en efecto. Puesto que Sirio ha tardado 60.000 años en atravesar la Vía Láctea, ¿cómo es posible que se desarrollara una tradición en este sentido sin el intermedio de expertos y remotos observadores del cielo? (4)

–El pueblo africano de los Dogon, asentado en los arrecifes de Bandiagara (Mali), describe el sistema de Sirio como compuesto por tres estrellas. Denominan a una de ellas estrella del mijo, porque sería “la más pequeña del cielo”, pero también “la más llena”. Afirman que está compuesta de un metal, llamado “sagolu”, un poco más brillante que el hierro y tan pesado que un pequeño grano del mismo equivaldría a “480 cargas de asno”. Para ellos es el “huevo del mundo”, el punto mismo de origen de todo el Universo (5).

“Nuestros conocimientos al respecto –escribe el profesor Jean Servier, que explica etnografía en Montpellier– no son más precisos. En 1862, Clark descubrió un satélite de Sirio al que bautizó con el nombre de “Compañero”, pero aun cuando éste se encuentrea en la fase más favorable para nosotros, no es posible contemplarlo más que con la ayuda de un potente telescopio. La densidad del Compañero se ha calculado hace unos años, y resulta ser 50.000 veces mayor que la del agua, de tal modo que una pequeña cápsula llena de esa sustancia pesaría una tonelada.

Los astrónomos admiten hoy que, además de Sirio (llamado Sirio A) y del “Compañero” (Sirio B) debería existir en el sistema otro astro, Sirio C, y aún están lejos del día que puedan trazar sus órbitas, aunque sea de un modo aproximado, como hacen los dogon. Y nunca sabrán si la materia de que están formadas las estrellas de este sistema es realmente “más brillante que el hierro”, como afirman los científicos de los arrecifes de Bandiagara…” (6)

Hasta aquí solamente unas pequeñas muestras que vienen a probar la existencia de una potente ciencia astronómica desde tiempos ya muy lejanos. El profesor Alvarez López reúne otro buen número en su libro ya citado (7).



 

LA CIENCIA TRADICIONAL CHINA

Hablábamos de los chinos. Y ahora volvemos con ellos.
“Hace algunos años –escribía el Dr. Carl Gustav Jung (8), discípulo disidente de Freud, famoso por sus concepciones empíricas sobre “los arquetipos de lo inconscientemente colectivo” – me preguntó el entonces presidente de la British Anthropological Society cómo podía yo explicar que un pueblo espiritualmente tan elevado como el chino no hubiera materializado ninguna ciencia. Le repliqué que eso debía muy bien ser una ilusión óptica, pues los chinos poseían una “ciencia” cuyo estándar work era precisamente el I Ching (9), pero que el principio de esta ciencia, como tantas otras cosas en China, es por completo diferente de nuestro principio científico. La ciencia del I Ching, en efecto, no reposa sobre el principio de causalidad sino sobre uno, hasta ahora no denominado –porque no ha surgido entre nosotros–, que a título de ensayo sea designado como principio de sincronicidad. Mis exploraciones de los procesos inconscientes me habían ya obligado, desde hacía muchos años, a mirar en torno mío en busca de otro principio explicativo, porque el de causalidad me parecía insuficiente para explicar ciertos fenómenos notables de la psicología de lo inconsciente. Hallé en efecto primero que hay fenómenos psicológicos paralelos que no se dejan en absoluto relacionar causalmente entre sí, sino que deben hallarse en otra relación del acontecer. Esta correlación me pareció esencialmente dada por el hecho de la simultaneidad relativa, de ahí la expresión “sincronicidad”. Parece, en realidad, como si el tiempo fuera, no algo menos que abstracto, sino más bien un “continuum” concreto, que contiene cualidades o condiciones fundamentales que se pueden manifestar, con simultaneidad relativa, en diferentes lugares, con un paralelismo causalmente inexplicable como, por ejemplo, en casos de la manifestación simultánea de idénticos pensamientos, símbolos o estados psíquicos…”

–Un estudio aún superficial de la antigua civilización china nos sume en la más profunda perplejidad. Como botones de muestra sólo es preciso considerar con cierta profundidad textos como el Tao-Te-King (10), o el ya citado I-Ching.
Asombra, entre otras muchas cosas, que los antiguos chinos admitían, muchos siglos antes de Einstein, la identidad de la energía y la materia, y la posibilidad de transformación de una en otra. La compleja concepción del Yang y el Ying es, desde cierta perspectiva, una viva exposición del movimiento ondulatorio, descubierto en nuestro siglo.
Cuando el Occidente irrumpió de lleno en China, fue tomando lentamente conciencia de que se hallaba frente a una sabiduría muy grande pero en cierto modo incomprensible para sus estructuras mentales. Era tremendo, sobre todo encontrarse con el conjunto de la medicina tradicional china, y muy en especial con técnicas operativas de la misma como la acupuntura y la moxibustión, que nos darían mucho que hablar.

Por citar otro ejemplo, digamos que no estaban indefensos ante algunas de las muchas enfermedades que les aquejaban: Practicaban ya una inoculación preventiva de la viruela, 600 años antes de que Jenner descubriese su vacuna “Recogían de los enfermos –explica G. Beau (11) – la materia de pústulas secas, la mezclaban a plantas medicinales, pulverizaban el conjunto y lo insuflaban en las ventanillas de la nariz de la persona a la que había que inmunizar. Li-Che-tchen, en su tratado de materia médica, preconizaba otra mixtura con la que se preparaba un pastel que vacunaba. Consistía éste en larvas de garrapatas que se habían hinchado de sangre en las ubres de vacas en las que había prendido la vacuna y que se amasaba con harina. Los chinos conocían también el peligro de las ropas desinfectadas y preconizaban la desinfección con vapor de agua hirviendo.”

Vemos ejemplos que nos hacen pensar nuevamente en un antiguo Saber, que se habría ido degradando o deformando parcialmente con el tiempo, hasta perder plenamente su sentido primitivo que algunos casos, conservándolo aunque muy veladamente en otros.
Recordamos aquí, tan sólo de pasada, sistemas tan complejos y perfectos como los del yoga hindú y el chino, del taoísmo, del confucianismo, del sufismo, shamanismo… y paremos de contar pues se haría largo.


 

¿CONOCIAN LOS DRUIDAS LA FECUNDACION ARTIFICIAL?

Otra muestra asombrosa la tenemos en los druidas. Constituían en la Galia pre-romana la casta sacerdotal, siendo los custodios de las tradiciones religiosas de los celtas. Según Maurice Magré (12) habrían llegado de Irlanda “a enseñar una filosofía del mundo, no una religión o un culto”.
Su tradición era transmitida oralmente a través de la poesía de los bardos, que pertenecían a la casta druídica en calidad de difusores del verbo religioso y de las tradiciones.

Servían de intermedios entre el mundo sobrenatural y los hombres, establecían las ceremonias de rigor y los sacrificios, evocaban el pasado, predecían el futuro y curaban a los enfermos, siendo mayormente magos que sacerdotes en los sentidos que habitualmente se entienden tales términos (13).

En aquellos tiempos no existía la esclavitud ni la opresión, y jamás aplicaban la pena de muerte, bajo ningún pretexto. Llevaban la filosofía de la no-violencia hasta sus últimas consecuencias. Carecían por completo de armas, pues ni siquiera cazaban, y por eso resultó tan sencilla su aniquilación a las hordas salvajes de Julio César.

De creer a un presunto descendiente de los antiguos druidas, cuyas aseveraciones están parcialmente apoyadas por los actuales descubrimientos sobre este pueblo, habrían progresado en la ciencia médica enormemente, hasta el siguiente extremo: “En la mitología celta se encuentra mencionado incluso el aborto”, hasta los dioses lo utilizaban en casos de necesidad (¡…!). La tradición oral nos enseña que los celtas habían resuelto el problema de la fecundación artificial, a fin de hacer nacer niños sagrados en las druidas que por propia decisión no podían tener relaciones con un hombre durante el periodo que permanecían en el cargo de sacerdotisas (…) Tres premios Nobel coinciden en afirmar que los celtas conocían un modo de poner encinta a las mujeres, suministrándoles un cierto preparado vía oral (…) Cualquier viejo texto irlandés hace alusión a ello: nuestra tradición oral habla de un brebaje, en el cual, además de un cierto número de hierbas escogidas, hay una especie de pequeño gusano (…) La mujer se lo tomaba y quedaba encinta.” (13)

Tendrían incluso algo similar al rayo láser: “Un haz de luz que podía ser empleado como bisturí, para cortar incluso los metales más duros”.

En próximos números continuaremos con nuestra relación, e indagaremos sobre los posibles orígenes e interconexiones de la sabiduría de los diversos pueblos antiguos.

Como broche nos resulta apetecible una frase del maestro Fulcanelli (sin tratar con ello de forzar la comprensión de la misma en apoyo de nuestra hipótesis):
“Lo que creemos encontrar por el solo esfuerzo de nuestra inteligencia existe ya en alguna parte.”


 

E. VICENTE


 


1. ¡Hommes et civilisations fantastiques”, de Serge Hutin, Eds. J’ai Lu, París 1970, pg. 31.
2. “Relatos de Belcebú a su nieto”. 3 volúmenes, de George I.l Gurdjieff, Ed. Saros, Buenos Aires, 1957.
3. “Dioses y robots”, de José Alvarez López, Ed. Kier, B. Aires 1970, pg. 27.
4. “Simbología Arcaica”, de Mario Roso de Luna, Ed. Puedo, Madrid 1920, pg. 52.
5. “Historia mundial de las Sociedades Secretas”, de Serge Hutin, Luis de Caralt Ed. & Eds. G. P., Barcelona, 1971, pg. 18.
6. “No es terrestre”, de Meter Kolosimo, Plaza & Janés, Eds., Barcelona, 1970, pg. 294 (citando un artículo de F. Lagarde en la revista “Lumiéres dans la nuit”).
7. J. A. López, op. Cit. (3), cap. III: El Telescopio.
8. En la explicación previa a “El secreto de la flor de oro”, Ed. Paidós, B. Aires.
9. “I Ching”, Ed. Barral, “El libro de enlace”, Barcelona.
10. “Tao te king”, de Lao Tsé, Ricardo Aguilera Ed., Madrid, 1972, y Barral Eds., Barcelona, 1972.
11. “La medicina china”, de Georges Beau, Eds. Martínez Roca, Barcelona, 1970.
12. “La chef des choses cachées”, de Maurice Magré, Bibl.-Charpentier Frasquelle Eds., París, 1935, cap. I.
13. “Un filtro misterioso para convertirse en madre”, artículo de Emilio de Rossignoli en “Garbo”, número 1.038, 21-3-73.


 


 

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