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HEMEROTECA- Tomo I
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FEBRERO 1973 – Año II – Núm. 4

 

ORIENTE OCCIDENTE

Conversación con Paul Misraki
NUESTRA CIVILIZACION SE OPONE AL HOMBRE

Las posibilidades de la naturaleza humana son limitadas, pero el hombre de hoy no lo sabe; y todo sucede actualmente como si prefiriese ignorarlo.
La civilización industrial se funda sobre postulados necesarios para la salvaguardia del orden en vigor. Por ello excluye, valiéndose de cuantos medios dispone, el estudio profundo del psiquismo humano, pues un conocimiento incrementado de su verdadera naturaleza tendría el riesgo de comprometer el equilibrio social, impulsando a la humanidad hacia la adopción de una nueva escala de valores.
Esta viene a ser la idea-clave desarrollada por Paul Misraki en su “Alegato a favor de lo extraordinario” (“Plaidoyer pour l’extraordinaire”, Mame Ed.; París, 1970). Un libro profundo, propio de un escritor vivida y abierta religiosidad. En el mismo, su autor nos habla precisamente de su propia “experiencia espiritual”.


 

UN CRISTIANISMO “REDESCUBIERTO”

De la familia judía no practicante, carente de instrucción religiosa alguna, Misraki se perfila ya próximo a los 30 años, poco antes de la segunda guerra mundial– como el brillante compositor musical que hoy es. Piensa entonces, según sus propias palabras, “que la exploración de algunos misterios a escala de aficionado podía constituir una forma agradable de distracción”. Y es en esa convicción como se introduce junto a un grupo de amigos –de aquellos que hoy tanto abundan– en la experimentación de la “percepción extrasensorial”, avanzando presurosamente hacia las presuntas comunicaciones con “el más allá”, la magia, la cábala, el esoterismo…
–A cualquiera que desee seguir semejante camino –nos advierte hoy– le aconsejo pensarlo antes dos veces. Este es un juego del que, con toda facilidad, se puede salir esquizofrénico. Por mi parte, yo he sido salvado por el miedo.
Alguien, un día, cuando la “nueva realidad” que vivía le había sumergido en un universo desconocido en el que todo le resultaba extraño y lleno de potenciales peligros –amenazando convertirse en un ser profundamente insociable–, le recomienda –si es que sentía en forma irresistible la sed de una verdad que no es de este mundo– la lectura del Evangelio.
Misraki, advirtiendo la autoridad que su misma “cultura oculta” (de raíces hebreas) reconocía en la Biblia, se sumerge en ésta.
La lectura de los Evangelios le presenta un Jesús completamente distinto de aquel que la gente comúnmente concibe. No es tan sólo el Jesús de los milagros, el Jesús de las parábolas, el Jesús cuya vida culmina en una cruz.
–Ante mis ojos –nos confiesa– se revelaba un personaje impensable del que nadie me había dicho nunca la menor palabra… Hasta tal punto que llegué a preguntarme lo que los no iniciados podían comprender realmente de esta lectura. ¿Cómo pretender que semejantes textos podían ser expuestos al alcance de todas las manos?
En suma, mis manuales de “magia” no constituían más que pobres obras de vulgarización, versando sobre conocimientos que se encontraban enteramente incluidos, junto a muchos otros, en el Libro sagrado: pero aquí decantados, purificados, sublimados. Eso sí, esto no estaba presentado abiertamente, y hacía falta leer entre líneas; Jesús, en numerosas ocasiones, resultaba enigmático, terminando sus parábolas mediante frases como éstas: “Quien tenga oídos, oiga”, o bien “Que el que pueda comprender, comprenda”. Y todo había ocurrido como si una buena parte de la masa se hubiese dispersado, sin haber comprendido nada.
Y he aquí que advertía, estupefacto, que yo estaba entre los que han recibido oídos para entender y ojos para ver. Yo comprendía. ¡Oh!, sin duda alguna, muy confusamente todavía, y como si lo hiciera a través de una leve bruma. Pero lo suficiente para entrever un sentido velado a lo que no estaba explicado. Me quedé estupefacto.
Advierto que apenas me paré a hacerme preguntas, desde el comienzo, sobre el origen “divino” del Cristo, y no veía muy exactamente qué había querido significar Jesús dejándose proclamar Hijo de Dios. Ello me pareció de un interés secundario. Me contentaba constatando esto: Jesús de Nazareth era un hombre que poseía conocimientos formidables –¿de dónde le venían?, poco me importaba– precisamente sobre todas esas ciencias que la humanidad hoy ha perdido completamente de vista.


MIENTRAS QUE MIS BRUJOS ME HABÍAN DEJADO DESAMPARADO, EXPUESTO A TODA SUERTE DE TEMORES, INCAPAZ DE DISCERNIR ENTRE MAGIA BLANCA Y MAGIA NEGRA, OBSESIONADO CON LOS DEMONIOS Y LAS LARVAS, LA ENSEÑANZA DE JESÚS ME LLEGABA COMO UN CHORRO DE LUZ, ILUMINANDO LA VIDA HUMANA, DÁNDOLE UN SENTIDO, "DIRECCIÓN" MÁS BIEN QUE "SIGNIFICADO".


 

Es más: mientras que mis brujos me habían dejado desamparado, expuesto a toda suerte de temores, incapaz de discernir entre magia blanca y magia negra, obsesionado con los demonios y las larvas, en fin, realmente “descabalado”, puesto que ya no sabía en qué sentido dirigir mis pasos, la enseñanza de Jesús me llegaba como un chorro de luz, iluminando la vida humana, dándole un sentido, “dirección” más bien que “significado”. Un consuelo inmenso se apoderó de mí: sabía de ahora en adelante hacia dónde me dirigía, y percibía, clara como el sol, la necesidad todopoderosa del amor.
Un enorme salto desde el agnosticismo natural en que creció hacia un cristianismo renacido en su interior. Años más tarde, Misraki escribe su primer libro, “La casa de mi padre” (Eds. Du Cerf, 1946), en colaboración con Jacqueline Chassang, siendo coronado por la Academia Francesa. Luego, dos novelas, “De la boue sur les yeux” y “L’éclat du verre” (Flammarion ed., 1955 y 1960). Y un ensayo en colaboración con A. Moestier, T. de Quentain y B. Léger: “Para comprender a Teilhard” (Eds. Lettres Modernes, 1962). Al que sigue la edición, bajo el seudónimo de Paul Thomas, de “Les extraterrestres” Plon, 1962), una obra controvertida que habla de la presencia de “seres de otros mundos” a lo largo de la tradición cristiana: el Antiguo Testamento, los Evangelios e incluso circunstancias como la de las apariciones marianas de Fátima.


 

¿SIGNOS EN LOS CIELOS?

Esta última obra se agotó rápidamente, siendo traducida al inglés (“Flying Saucers trough the ages”, Neville Spearmen ed.). Incomprensiblemente no se hacen nuevas reediciones de la misma en Francia, hasta que seis años más tarde, sobre idénticos pilares, ve la luz “Signos en el cielo” (Labergerie, 1968), nuevo al menos en un 50 por ciento. No tarda mucho en ser traducido al castellano y publicado por Ediciones 29 bajo el título “Los extraterrestres”. Su lectura resulta de indudable interés para cualquiera que sienta curiosidad o preocupación por esta temática.

Ya otros habían tratado el tema de los OVNI a través de la Biblia con anterioridad (“Ufos and the Bible”, del doctor Morris K. Jessup, y “The Space People”, del Hon. Brinsley Le Poer Trench, por no citar más que a dos, americano el uno, británico el otro, sin olvidar a los soviéticos profesores Agrest y Kasantzev, muy materialistas ellos, muy concretos, como buenos marxistas). Pero ninguna, sin duda, en la forma que lo hace Misraki, entrañando toda una filosofía acerca del origen de la vida en la Tierra y la historia del hombre sobre la misma, incluido el momento actual. (Le Poer Trench hace algo similar, hay que reconocerlo, aunque a nuestro gusto, un poco más “science-fiction”, un poco menos poético…) No hay que perder de vista la circunstancia de que Misraki es católico. Adelantándose a posibles dudas, argumenta: “¿Qué es mayor sacrilegio, rebajar el ángel de Yavé (en Exodo, XIII, 21 y ss.) a un torbellino de arena empujado por el viento –como lo hace el célebre exegeta católico Daniel-Rops– o asimilarlo a una nave aérea, portadora de celestes mensajes?”.
–La aspiración humana hacia otras entidades que se presumen “celestes” o “extramundanas” está muy lejos de constituir una singularidad propia de nuestro tiempo: existe, de hecho, más o menos latente, desde la aurora de nuestra historia –ha explicado nuestro hombre a Carlos Murciano (recogido por éste en “ABC”, 15-2-69, y en un libro “Algo flota sobre el mundo”, Prensa Española, 1970) –, y suele manifestarse más abiertamente durante los periodos turbulentos o peligrosos. Todos los folklores tradicionales relatan las incursiones de innumerables visitantes (ángeles, demonios, semidioses, enanos celestes, espíritus maléficos…) procedentes de otros mundos, cuyos nombres varían más que sus atributos y sus intenciones aparentes. La inestabilidad y la angustia del mundo de hoy constituyen terreno abonado para la creación de toda clase de “proyecciones psíquicas”: ángeles y demonios desaparecen de nuestros sueños, para ser reemplazados por entidades eventualmente originarias de planetas “que están en los cielos”. En la permanencia a través del tiempo de esta “forma social de evasión” ha visto Carl Jung una manifestación de lo que él llama “inconsciente colectivo” de la humanidad, que no hay que confundir con el inconsciente individual de cada uno de nosotros.
Misraki, al igual que C. G. Jung (discípulo disidente de Freíd, como Adler, Reich y Ferency), en “Sobre cosas que se ven en el cielo” (Ed. Sur, Buenos Aires, 1961), e incluso Jacques Vallée (en “Pasaporte a Magonia”, Plaza & Janés, 1972) aunque éste tenga una orientación diferente, habla de los OVNI y extraterrestres como síntoma de nuestra época, una época de crisis, como escapes a la misma en el terreno de lo irracional. Lo que no implica ni la afirmación ni la negación de su existencia como fenómeno real.
Pero de las apariciones marianas y, en general, del significado y naturaleza de los “agentes no identificados” (como los denomina nuestro amigo el sevillano Ignacio Darnaude) o “ultraterrestres” (como los quiere encuadrar el norteamericano John Keel en su “teoría de la transmogrificación”) tan estrechamente ligados a la historia de las religiones, seguramente se hablará extensamente en otra ocasión. Volvamos ahora a nuestro tema inicial.


 

NECESIDAD DE UNA AUTENTICA “CIENCIA DEL HOMBRE”

Repasando su “Plaidoyer pour l’extraordinaire” hemos recordado nuestra conversación –lejana ya en el tiempo– con Misraki en su elegante y moderno estudio parisino. Unas horas realmente gratas en las que tocamos multitud de temas, sin demasiado problema idiomático debido a su dominio del español, aprendido durante los años que vivió en Argentina.
Cuenta Misraki que, coincidiendo con los sucesos revolucionarios del mayo-68 francés, casi por azar redescubrió a uno de los incontables habitantes de su biblioteca. Este descubrimiento le dejó sorprendido:
“Se diría que la civilización moderna es incapaz de producir una élite dotada a la vez de imaginación, de inteligencia y de valor… Y advertimos que a pesar de las inmensas esperanzas que la humanidad había puesto en la civilización moderna, ésta no ha sido capaz de desarrollar hombres lo bastante inteligentes como para conducirla a lo largo de la peligrosa ruta en la que se ha introducido…”
El libro no era nada nuevo. Fue escrito hace casi 40 años. Sin embargo, denunciaba ya la sociedad de consumo, la influencia condicionante ejercida por la publicidad y los medios informativos, la contaminación ambiental. Y –punto de esencial importancia– pedía una urgente reforma del sistema educativo, indicando la necesidad de acabar con la cultura “de la memoria” para dotar a los jóvenes del equilibrio mental, la solidez nerviosa, el juicio y el valor moral necesarios para desarrollar su propia vida y organizar una nueva sociedad no esclavizante.

LO NUEVO Y LO VIEJO SE DISTINGUEN CON PRECISIÓN AL REPASAR LAS divERSAS OPINIONES SOBRE EL MAYO FRANCÉS: "LA JUVENTUD ES UN MITO" ¡VERÁN ESTOS MUCHACHOS QUÉ PRONTO SE CURAN DEL MAL DE JUVENTUD!

FRANÇOIS MAURIAC.


 

Pese a lo que pudiera presuponerse, dada su calidad auténticamente revolucionaria, su autor, el doctor Alexis Carrel, fue premio Nobel de Medicina. Y el libro, en su tiempo, un auténtico best-seller: “El hombre, ese desconocido” (traducido al castellano como “La incógnita del hombre”). Pero parece que su mensaje revolucionario no fue captado en su día por el grueso de los lectores. La gente lo recuerda mejor por el reconocimiento que en él se hacía de la existencia en el hombre de una serie de facultades mentales ignoradas, y por la llamada hacia una unificación de todas las “ciencias del hombre”, cosa que aún no se ha logrado materializar, y que la situación actual del mundo exige a gritos.

–Mientras que la física, la mecánica, la astronomía, alcanzan un perfeccionamiento espectacular (comenta Misraki), la ciencia del hombre ha permanecido en un estado simplemente descriptivo. Las diferentes disciplinas que tienen por objeto al ser humano, la biología, la psicología, la sociología, la medicina, conducen cada una a resultados diferentes y compartimentados estrictamente. Nadie ha conseguido, ni aun intentado en una forma seria, operar una síntesis entre tantas representaciones diferentes de un mismo ser. El biólogo ve en el ser humano una especie de fábrica en la que se operan reacciones químicas de una complejidad maravillosa; el psicólogo distingue en él una asombrosa máquina de pensar, cuyas actividades se inscriben sobre planos diferentes, del consciente al inconsciente…


Cada vez conocemos mejor el funcionamiento de nuestro cuerpo, pero algunas de nuestras actividades mentales permanecen rodeadas del más denso misterio: es el caso, entre otras, de la telepatía, de la hipnosis, del misticismo. Ignoramos también la manera de aumentar el sentido moral, el juicio y la audacia…
Como nuestro médico filósofo advierte, en el seno de una sociedad próspera y feliz, el hombre debería ser la medida de todo. De hecho, hoy vive como un extraño en una inmensa máquina que él mismo ha creado, y que funciona, pero que gradualmente se ha antepuesto a él y a sus aspiraciones profundas. Lejos de haber adaptado el medio a su propia conveniencia, ahora es él quién está obligado a adaptarse a circunstancias imprevistas, a someterse si quiere sobrevivir en las condiciones humanas que le imponen sus leyes.
Recuerdo una frase terrible escuchada por Jean-Claude Barreau entre los estudiantes rusos en Leningrado y recogida en su libro “Oú est le mal?” (¿Dónde está el mal?): “Si hemos hecho cuanto hicimos únicamente para tener refrigeradores más grandes que los de los americanos, ¿qué sentido tuvo aquello?”.
Encuentro esta frase terrible porque resume toda la situación, de manera trágica. La civilización moderna morirá por no haber tenido sentido. O por haber equivocado su sentido.


 

“ACUARIO” Y EL DESPERTAR
DE LA JUVENTUD

–Se despierta una juventud –prosigue Miraki– para la que el trabajo, el juego de la producción y el consumo ya no constituyen en sí mismos fines suficientes. Le falta una razón de ser y no sólo no se le ofrece sino que aun la búsqueda de la misma es desaconsejada, desvalorizada o perseguida. La juventud aspira a la felicidad, y nada es más legítimo que la persecución de este bien soberano. Pero ¿quién puede ser feliz, plena y duramente, si no sabe dónde va, ni aun si se dirige realmente hacia un horizonte definido?
Pensamos en los sucesos de mayo, que han dejado secuelas profundas entre la juventud francesa (porque el espíritu imperioso de cambio, como necesidad real que es, no ha muerto en su corazón) como tuvimos ocasión de comprobar vivencialmente. La ininterrumpida agitación interior, en la Sorbona, en el Lycée Montaigne, en Nanterre… Pensamos que en España y en el resto del mundo se vive algo similar en el intento de paralizar Washington por parte de miles de jóvenes norteamericanos en mayo-71, un loco intento de “imaginación al poder”… Se toma conciencia de un poder latente.
Pensamos en las características que se atribuyen a la nueva era de acuario, en la que según la astrología cíclica estamos introduciéndonos.
El fin del reinado del dinero. La muerte del becerro de oro de la civilización capitalista.
Y, como jóvenes, nos sentimos avanzada de este momento especial. Lo vivimos con toda la profunda intensidad de su trascendencia.
Ya en 1950, el poeta Isidoro Isou en “El levantamiento de la juventud” lo presintió, profetizando que a los conceptos anticuados de proletariado y capitalismo sustituyen lentamente los nuevos de internidad y externidad, en relación al juego social, al sistema. Externos para él son los desplazados, los insatisfechos, los ávidos de un cambio de raíz, en resumen, los jóvenes.
Queda bien claro que la juventud no es sólo cuestión de edad. La juventud se lleva lozanamente en la mente y en el corazón. Y se muestra al exterior como un estilo de vida de continuo avance, de cambio ininterrumpido hacia lo mejor, para uno y para todos, porque todos hemos de ser uno sin perder nuestra individualidad.
Lo nuevo y lo viejo se distinguen con precisión al repasar las diversas opiniones sobre el mayo francés: “La juventud es un mito… ¡Verán estos muchachos qué pronto se curan del mal de juventud!” (François Mauriac). “¿Cómo podríamos olvidar –se pregunta por su parte André Malraux–, los que sabemos lo qu
e es la realidad política, que el poder no se torna con la imaginación, sino con la acción política organizada?” Uno de los líderes jóvenes del momento le contesta que no cree en dirigentes ni en partidos políticos: “Las instituciones no hay que reformarlas, sino erradicarlas” (Daniel Cohn Bendit). Finalmente, Charles Werner, catedrático de Filosofía durante 46 años y actual rector de la Universidad de Ginebra, dice comprender que la revuelta estudiantil tiene una causa profunda: la ciencia universitaria ha perdido de vista la verdadera naturaleza del hombre. Ha olvidado al alma humana y su destino, superior al mundo material. (Y si recordamos con Hegel que el alma real es “la identidad de lo interno con lo externo”, advertimos que la liberación no puede ser sólo interior, ni sólo exterior, sino total.)
“No es la fuerza la que hace las revoluciones –escribió Emmanuel Mounier–. Es la luz. El espíritu es el soberano; a él corresponde la decisión, a él cortar y hacer las separaciones… Se quiere que la revolución sea un deslumbramiento rojo y llamas. No, la revolución es un tumulto mucho más profundo: Cambiar el corazón de nuestro corazón. Y en el tumulto todo lo que está contaminado.”

ENRIQUE VICENTE


 

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