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ENTREVISTA A GASPAR HERNÁNDEZ

Por Emmain

 

 

Gaspar Hernández es periodista y escritor. También es un gran divulgador del hallazgo de los PAS, las Personas Altamente Sensibles, entre los que se reconoce. Con mucha experiencia y un trabajo de gran calidad, es referente en la Radio y Televisión catalanas. Su faceta de escritor sirve para disfrutar de su innegable talento para la literatura y para abordar temas que nos apasionan. Es la segunda aparición de Gaspar en nuestro Magazine y mientras deseamos la próxima os proponemos crecer y gozar de su generosidad. Nunca decepciona.

 

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Tu última novela la podemos definir como un viaje iniciático de un joven a la complejidad del alma femenina. ¿Ya está a la venta la versión castellana del libro?
Ya ha salido, es La mujer que no sabía llorar, y la ha publicado Destino.

 

 

¿Paga el mismo precio una mujer que un hombre por no saber llorar?
Evidentemente que no. Un hombre que no sabe llorar no paga ningún precio, al contrario, desgraciadamente está bien visto aún el hombre que no expresa sus emociones. Es como si los hombres históricamente hubiésemos tenido el permiso para expresar emociones como la rabia y la ira. Queda muy bien expresarlas en el campo de fútbol, y esto en España se ve mucho en el ‘‘macho ibérico’’, pero evidentemente no es algo sólo español, he visto muchos en Latinoamérica, y al lado del ‘‘macho ibérico’’, de este Macho con mayúsculas, está el hombre más sensible, que tiene mejor integrada la parte femenina. Creo que no es bueno ni malo, evidentemente, ni lo masculino ni lo femenino, todo es bueno y necesario. Lo que reivindico es un equilibrio entre masculinidad y femineidad, y a los hombres tradicionalmente se nos ha dicho que no teníamos que llorar. No hemos expresado nuestros miedos, o nuestras dudas, para no ser tildados de débiles, como si esto nos hiciese más vulnerables, cuando en cambio mostrar nuestra vulnerabilidad nos haría más fuertes. Y éste creo que es el reto de presente y futuro: feminizar nuestra sociedad. Creo que Occidente se ha masculinizado, y que la asignatura pendiente es feminizarlo. Que nos gobiernen mujeres auténticamente femeninas, que antepongan valores como la compasión, el cuidado del otro, la amabilidad, la empatía, el bien común, por encima evidentemente del egoísmo y del ego. Aún hay mujeres que nos gobiernan al estilo Margaret Thatcher, es decir, como hombres, y es una consecuencia de este patriarcado que hace 5.000 años que dura. La protagonista de La mujer que no sabía llorar es muy masculina, pero necesitamos precisamente mujeres que gobiernen que no sean como ella en este sentido. Federico Mayor Zaragoza, exdirector general de la UNESCO, siempre decía que el mundo realmente cambiará el día que nos gobiernen mujeres auténticamente femeninas, porque las mujeres recurren a la violencia siempre como último recurso. Por tanto, yo pido, espero y deseo que haya mujeres, como por ejemplo ahora en España que hay una Ministra de Defensa, que antepongan valores tradicionalmente femeninos y no masculinos. Eso espero y deseo. Creo que es una asignatura pendiente, y no sólo en los cargos políticos, sino también en las mujeres que tienen responsabilidad en los medios de comunicación y en las empresas. Potenciar todo lo que son valores tradicionalmente femeninos, que, insisto, no es que sean mejores que los masculinos, sino que han quedado arrinconados debido al Patriarcado, a estos 5.000 años de Patriarcado.

 

 

 

¿Algún lector o algún oyente te ha señalado como catalizador de su transformación?
La respuesta es que sí, afortunadamente ha sido así, aunque mis novelas no pretenden ser terapéuticas, pretenden explicar una buena historia, pero es verdad que una buena historia nos puede transformar y en este caso, por lo que parece, afortunadamente, ha sido el caso de algunos o de bastantes oyentes.

 

 

¿Qué le debes a ‘‘L’ofici de viure’’ (El oficio de vivir)? ¿Y al formato televisivo?
Les debo una gran oportunidad para dar todo aquello que he ido aprendiendo de los mejores maestros, de personas que saben mucho más que yo, separando el grano de la paja, es decir, intentando hacerlo con el máximo rigor posible, e intentando que cada terapeuta o psicólogo pueda expresarse con comodidad y con la máxima libertad y tranquilidad. Me siento un poco como el director de orquesta de grandes psicólogos, y de grandes profesionales y filósofos, muchos de ellos muy reconocidos.

 

 

¿Hay una progresión en tus intentos, desde aquello más espiritual a lo más sensual?
No soy consciente, pero supongo que a partir de la temática de la última novela queda claro que sí, aunque hay pocas cosas más espirituales y más profundas que la sexualidad. La sexualidad practicada con conciencia, y no como lo que pasa hoy, en que se confunde sexualidad con genitalidad. Los protagonistas de la novela, concretamente la protagonista, Daniela Costapau, al principio vive la sexualidad de forma poco consciente, y creo que no hago ningún spoiler si digo que acaba viviéndola de manera consciente. Ella contribuye decisivamente a que el sexo deje de ser un tabú en las comarcas de Girona, como divulgadora sexual, pero tiene la contradicción de que ella la vive como muchos hombres antiguamente, es decir, buscando el placer por el placer, y como un cúmulo de ejercicios gimnásticos, sin conciencia.

 

 

imagenEl protagonista es etiquetado ya en el primer capítulo como PAS. ¿Puedes explicar a nuestros lectores qué significa Persona Altamente Sensible?
Efectivamente, el protagonista es un narrador, alter ego mío, que a los diecisiete años tiene una historia con una sexóloga que precisamente tiene problemas para sentir. Y lo que le pasa a él es que siente demasiado. De aquí sale un cóctel un poco explosivo, porque son el Yin y el Yang. Él se define como un chico Altamente Sensible; yo me defino como un hombre Altamente Sensible. La alta sensibilidad no es un trastorno, no es un diagnóstico, no se ha de tratar, ni tan sólo psicológicamente. Su nombre y todo lo que se ha investigado comienza con la psicóloga norteamericana Elaine Aron, que en la década de los 80 comenzó a ir más allá de lo que tradicionalmente se etiquetaba como personas introvertidas, o demasiado sensibles, etc. Ella también llega a la conclusión de que las Personas Altamente Sensibles no necesariamente han de ser introvertidas; hay una cuarta parte que son extrovertidas. De manera breve y concisa, yo nos defino como personas que tenemos la sensación de que todo nos afecta demasiado desde que éramos niños, que nos atenaza el exceso de estímulos, que nos bloquea, nos colapsa. Pueden ser los estímulos sensoriales, pero también puede ser el exceso de trabajo, etc. Hay un cúmulo de características; por suerte en Internet se pueden encontrar buenos test para medir la alta sensibilidad. Hay psicólogos que discrepan sobre la cuestión; de todas formas están surgiendo asociaciones. Ahora por ejemplo surge la Asociación Catalana de Personas Altamente Sensibles, pero ya existen en todo el mundo. Creo que es útil conocer estas características. Insisto en que no se ha de tratar psicológicamente, pero es útil conocer las herramientas que nos permiten estar mejor. En mi caso es la desconexión en medio de la naturaleza, cargar pilas en medio de la naturaleza, cargar pilas en la soledad...

 

 

¿El contraste entre lo urbano y lo rural juega un papel tan importante como el joven vs. maduro en tus novelas?
No lo sé, esto lo tienen que decir los lectores, y en este caso si tú como lectora lo ves así es que efectivamente es así. Yo no soy consciente cuando lo escribo, pero debe de ser así si tú lo dices.

 

 

¿Qué es más costoso socialmente para una mujer: no saber llorar o ser libre sexualmente?
Seguramente tú tienes más la respuesta que yo, porque no soy sociólogo, ni filósofo. Yo no sé qué es más costoso socialmente; sé que es muy, muy, muy costoso reprimir las emociones. Una emoción puede tener muchas gradaciones, pero como mucho dura 90 segundos, y hay personas que por el contexto, por la época, por el trabajo, por la familia, porque no quieren hacer daño a la pareja o a los hijos reprimen las emociones. La novela La mujer que no sabía llorar se abre con una frase, como sabes, de William Shakespeare que dice: ‘‘Expresa tu dolor, porque el dolor que no expresas late en tu pecho hasta estallar’’. Durante estos tres meses que hace que ha salido la novela, en muchas de las presentaciones que he hecho, siempre, siempre, siempre vienen mujeres (más mujeres que hombres) que me dicen: ‘‘Yo soy la mujer que no sabía llorar, he aguantado mucho dolor en mi vida, y no sé cómo sacar este dolor, no sé cómo expresar libremente las emociones, porque tengo tanto dolor acumulado y tantas emociones reprimidas que no sé por dónde comenzar.’’ Esto en el caso de que no haya derivado en una enfermedad física, que también puede ser. Esto demuestra que a todos nos hacen falta herramientas para gestionar mejor las emociones.

 

 

¿Sabías que en el siglo xvii las mujeres no podían mostrar los dientes? Estaba mal ver la sonrisa. ¿Qué te sugiere?
Es una cosa que no sabía y la encuentro bastante inquietante. Me sugiere que la especie humana ha vivido y vive en muchas prisiones mentales, que son prisiones mentales colectivas, y que la libertad interior pasa por romper estas prisiones mentales colectivas, que muchas veces también tienen que ver con el miedo al qué dirán.

 

 

 

 

 

 

 

 
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