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HEMEROTECA- Tomo II
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FEBRERO 1974 – Año III – Núm. 15

 

HERMETISMO

LAS ORDENES DE CABALLERIA

 
 

En el año 1095, en que bajo los auspicios de Urbano II emprendieron la I Cruzada Pedro el Ermitaño y Gautier el Pobre, empezó el auge y el desarrollo de unos grupos más o menos regulares, cuyos componentes de derecho pertenecían al estadio caballeresco; estos grupos tenían jerarquía y estamentos propios y no dependían de nadie, excepto del Papa, en materia de fe. Con enormes privilegios y ayudas por parte del Papado y de los reyes de muchas naciones, empezaron desde entonces a jugar un papel plenamente preponderante dentro de las vicisitudes mundiales de entonces. Eran, y son, puesto que algunas aún subsisten, las llamadas ‘‘Ordenes de Caballería’’.
¿En qué consistían y qué se proponían?... Sencillamente, y en sus primeros tiempos, los cuales habiendo experimentado en sí el Nuevo Nacimiento que capítulos atrás hemos mencionado al definir los límites del estadio caballeresco, se constituían en una especie de cofradía, mitad religiosa, mitad guerrera, ya que sus metas trazadas fueron las de llevar una vida lo más perfecta posible y la de combatir en defensa de los derechos de pobres y desvalidos. Esta estructura primitiva fue variando al poco tiempo, convirtiéndose al final en monjes-guerreros, ya que sin dejar el aspecto militar, se acogieron a alguna Regla Monástica al tiempo que se autoimpusieron los votos tradicionales religiosos.
Fue tal su ritmo de expansión que pronto tuvieron que crear, dentro de las mismas órdenes, cuerpos subordinados para que pudieran acaparar, según aptitudes, a los numerosos solicitantes de ingreso; así, de esta forma, parte fueron destinados a la milicia con los nombres de escuderos y sargentos entre apelativos similares con ligeras variaciones según las órdenes; otra parte era destinada a la manutención general de las órdenes en su aspecto material y era constituida por gentes de oficio, la cual normalmente no tenía acceso a la milicia aunque sí a la religiosa, si la valía de la persona así lo aconsejaba. Estos monjes-guerreros, muchas veces, por causa de circunstancias, tuvieron que actuar más como guerreros que como monjes, ya que les fue encomendada la defensa de Tierra Santa, pero siempre la elite de estas instituciones caballerescas tuvo a buen recaudo el ‘‘espíritu’’, ‘‘la ideología’’, ‘‘la línea doctrinal’’ y sus aplicaciones prácticas para el desenvolvimiento correcto, tanto en su acción exterior en beneficio de los demás, como en su acción interior de enseñanza, para perfeccionar a sus propios componentes hasta el máximo, ya que éstos serían más tarde llamados a la dirección de la institución para regirla en todas sus facetas, y de la formación de estos futuros pilares dependería en la totalidad del sentido el que las órdenes conservaran frescos los principios, ideales y proyectos para los que fueran fundadas.
Como todas las instituciones humanas, tuvieron realizaciones positivas y negativas, pero a la hora de comparar estos extremos no se puede más que reconocer que, hoy por hoy, Europa es lo que es gracias al impulso tremendo que dieron estas órdenes a los estamentos sociales del tiempo, transfigurando por completo las arcaicas bases fundamentales que separaban los estratos sociales y sus relaciones, fomentando el comercio y la incipiente industria artesana, refugiada la mayoría de las veces bajo su ayuda y protección.
Estas órdenes de caballería se desarrollaron y proliferaron en grado superlativo por aquel entonces, llegando a formar un poderío tal que llegó a sobrepasar, en algunos casos concretos, la fuerza de los Poderes Temporales, tales como eran en aquella época los reyes y el Papado.
Estos Poderes Temporales no consintieron ser a veces superados y amenazados como consecuencia de ceder su preponderancia a favor de la caballería y usaron todos sus medios para difamar alguna de estas instituciones hasta el punto de lograr su disolución, siendo sus miembros absorbidos por otras instituciones análogas; otras veces las luchas y rivalidades entre estas mismas órdenes contribuyó a su lenta, pero segura extinción; pero parece que la causa principal que determinó la decadencia total y absoluta de la mayoría de estas órdenes de caballería fue la pérdida del ideal para el cual la caballería tuvo razón de ser constituida y respetada por todos. Solamente la elite constitutiva de la guardia de este ideal siguió guardando y difundiéndolo en forma clandestina, dando sus actividades forma a numerosas narraciones alegóricas y leyendas. Hoy en día aún hay muchos grupos que se dicen herederos de estas pequeñas reminiscencias de órdenes extinguidas hace siglos.
Otras instituciones gozaron de mayor fortuna al ser reducidas y no suscitar envidias ni atenciones hacia ellas. Estas han llegado con los años hasta nuestros días con algunas modificaciones, como es natural, y casi siempre carentes de su faceta guerrera, dedicadas exclusivamente a tareas benéficas y culturales.
Las que han querido mantener la faceta marcial están limitadas en su mayoría a la otorgación de títulos honoríficos en relación con sus esplendorosos pasados, cayendo algunas veces en la más terrible de las pantomimas por no conservar ya ni el vago recuerdo de lo que representan los vocablos caballería y caballero.
Algunas de estas órdenes tuvieron proyección internacional, como la de los Hospitalarios, etc…; otras tuvieron sólo ámbito nacional, como las de Calatrava, Santiago, Montesa, etc., y otras limitaron su actuación incluso dentro de ámbitos regionales como la de San Jorge de Alfama, en Cataluña.
Bueno será que aquí demos unas pinceladas breves sobre la historia de alguna de estas instituciones, lo que nos ayudará a comprender un poco más lo que representaron en la Historia en los tiempos de su máximo esplendor.


 

ORDEN DE LOS HOSPITALARIOS

En los primeros años del siglo xi los mercaderes de Amalfi obtuvieron la autorización del califa de Egipto para construir un hospital en Jerusalén dedicado a San Juan, destinado a la ayuda de los peregrinos que visitaban el Santo Sepulcro. Pedro Gerard, natural de Martignes, en Provenza, rigió la institución surgida en 1048, usando el título de ‘‘Maestre del Hospital’’. Poco después, bajo los auspicios de Godofredo de Bouillon y de la ciudad de Amalfi, fundó en 1070 la Orden de los Hospitalarios, cuya regla legalizó mediante bula Pascual II en 1113.
Las reglas que imponían en los hospitalarios, aparte de los votos de obediencia y castidad, el deber de albergar, mantener y defender a los peregrinos. Lógicamente esta defensa no era pasiva. Resultando que pronto empuñaron las armas, convirtiéndose en monjes-guerreros. Bajo el mandato del Gran Maestre Raimundo du Puy, se convirtió la institución en Orden de Caballería en 1118; dos años más tarde la confirmaba el papa Calixto II. Rechazados de Tierra Santa, se retiraron sucesivamente a Margat, San Juan de Acre, Limisso, Chipre y, finalmente, a Rodas, estableciéndose con el nombre de Caballeros de Rodas. Desde el año 1310, en que llegaron a Rodas, y por más de 200 años, defendieron la isla de los musulmanes. Bajo el maestrazgo de Juan de Lastic, en 1455, rechazaron el primer ataque de los turcos, siendo expulsados por Solimán El Magnífico, en 1422, siendo Gran Maestre Villiers de l’Ille Adam, errando por Candía y Sicilia, estableciéndose por último en la isla de Malta, cedida por el rey español, cambiando su nombre por segunda vez, pasándose a denominar caballeros de Malta, cambio que no afectó a los estatutos o reglas de la primitiva Orden de los Hospitalarios.


 

ORDEN DE MALTA

Los miembros de la Orden de Malta se dividían en tres grupos: caballeros, que necesitaban ser nobles, y los capellanes y sirvientes de armas, que sólo tenían que pertenecer a familias honradas y no haber practicado profesiones viles. El tercer grupo era el de los aspirantes y recibían el nombre de donados o semicruces. Los caballeros lucharon tenazmente contra los turcos, conservando la isla hasta el año 1798, cuando fue conquistada por Napoleón cuando se dirigía hacia Egipto, poniendo fin a la existencia política de la orden.
El zar Pablo I de Rusia se declaró protector, más tarde, de la orden, siendo nombrado Gran Maestre, pero este último intento de poco sirvió, ya que la institución quedó desplazada por completo, al no corresponder a ninguna necesidad de la época.
Hoy en día, en la actualidad, sus miembros, a cambio de la distinción honorífica pertinente, contribuyen con sus donativos a la beneficencia.


 

ORDEN DE LOS TEUTONICOS

Esta Orden fue fundada en 1128 en Alemania, y tuvo también las características religioso-militares al igual que las del Hospital y la del Temple, que estudiaremos más adelante, por ser esta última, quizá, la más representativa de este fenómeno de la caballería. La idea partió de los ciudadanos de Lubeck y de Bremen, que establecieron en Jerusalén un hospital destinado a los cruzados heridos o enfermos. Participaron activamente en la lucha contra los musulmanes hasta que al ser conquistada Jerusalén por Saladito, en 1187, la Orden fue disuelta.
Poco tiempo después, durante el sitio de Acra, Federico de Suabla le dio nueva vida, fundando la verdadera ‘‘Orden de los Caballeros Teutónicos’’, la cual llevó el título oficial de ‘‘Hospital Teutónico de la Santa Virgen de Jerusalén’’ o de Nuestra Señora de Sión. En 1191 Celestino III confirmaba la Orden, la cual se acogió bajo la Regla de San Agustín. La Orden de los Teutónicos se dividía en caballeros, sacerdotes y hermanos sirvientes. El cuarto Gran Maestre, Herman de Saltza, amigo de Honorio III y de Federico II, que les propuso conquistar Prusia, entonces todavía pagana. Conquistáronla en 1280, rigiéndola bajo el mandato de Federico II. Esto sucedía bajo el maestrazgo de Hartman Heldrungen, el cual residió primero en San Juan de Acre y más tarde en Venecia. En 1309 la sede del Gran Maestre de esta Orden fue Prusia, pasando así al frente de su principado, dado que los musulmanes habían expulsado a los cruzados de Tierra Santa.
En el transcurso del siglo xiv los teutónicos conquistaron Estonia, Livonia y Curlandia, gestas guerreras que marcaron la época de máximo esplendor de esta Orden. Desgraciadamente la opulencia y la vida fácil corrompieron sus virtudes castrenses y en 1410 fueron derrotados por los polacos y lituanos, perdiendo cuarenta mil hombres y su Gran Maestre, Ulrico de Jungingen. En otra posterior batalla fueron de nuevo vencidos por los polacos, teniendo que ceder la Prusia occidental. En 1510 fue elegido Gran Maestre el margrave de Branderburgo, Alberto, sobrino del rey Segismundo de Polinia, e intentó sustraerse a la soberanía de su tío; esto originó una guerra que aniquiló a los dos países sin resultados concretos. Alberto se convirtió al protestantismo, dirigiéndose a Cracovia, consiguiendo en 1525 ser reconocido como duque heredero de las posesiones de la Orden en Prusia con carácter hereditario, renunciando de hecho al título de Gran Maestre; expulsó a los teutónicos que se negaron a abjurar de su primitiva confesión católica, declarándose abierto defensor de la reforma.
Estas circunstancias motivaron la extinción de la vida de la Orden, ya que de poco sirvió fijar una nueva sede en Francia y elegir otro Gran Maestre; no pasó este último grupo de ser un batallón que rozó algunas veces el carácter mercenario. En 1805 el tratado de Presburgo concedió al emperador de Austria todos los títulos y derechos de la Orden Teutónica, la cual el 24 de abril de 1809 fue definitivamente abolida por Napoleón.


 

ORDEN DEL SANTO SEPULCRO

Los canónigos del Santo Sepulcro gozaron de justa fama por tener encomendada la guardia y conservación del Santo Sepulcro; meta ésta principal de las Cruzadas; con una regla del tipo de la de San Agustín, no aportaron novedades sobresalientes al campo de la caballería de aquel entonces.


 

ORDEN DE SAN JORGE DE ALFAMA

Esta Orden típicamente catalana, fue fundada a raíz de confiar el rey Pedro I la fortaleza de Alfama, cerca de Tortosa, a un grupo de caballeros, en 1201. Aprobada por el Papado en 1373, se integró finalmente con la de Montesa, en el año 1400.


 

ORDEN DE MONTESA

Esta Orden fue creada, en sus orígenes, en 1316 y se hizo cargo de parte de los bienes y poblaciones pertenecientes a la extinguida Orden del Temple. La sede de su Gran Maestre fue, en sus primeros tiempos, Cervera, villa que les pertenecía. Su fundación se debe al abad Pere Alegre de Santes Creus (Tarragona), con el beneplácito real de Jaime el Justo y el papal de Juan XXII. La fundación oficial tuvo lugar en Barcelona, en la capilla real de Santa Agueda, siendo su primer Gran Maestre el noble Guillem d’Erill, bajo el cual se reunió en Santes Creus el Primer Capítulo de la Orden el 22 de agosto del mismo año.
 Los priores de la Orden fueron normalmente monjes de este monasterio. En las postrimerías del siglo xvi el Gran Maestrazgo de la Orden fue anexionado a la Corona de España. Mediado el siglo xvii otra disposición anuló el priorato monacal del monasterio, o la Orden. A partir de entonces fue perdiendo el lugar preponderante e influyente que antaño tuvo.

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Terminado este ligero bosquejo que hemos hecho de las características de algunas de las órdenes de caballería, así como pinceladas de su paso por la Historia, pasaremos seguidamente a dar paso a un comentario más completo en el capítulo que seguirá al respecto de la Orden del Temple, institución representativa por antonomasia de todas las órdenes de este tipo y que quizá fue la que ha dejado más profunda huella a través de los años, gracias a la acusada influencia que ejerció en todo el orbe en los días que sus estandartes ondeaban en Europa entera y en algunos lugares de Asia.
En otro posterior capítulo detallaremos ya al máximo la historia de la Orden llamada vulgarmente ‘‘Templaria de Chipre’’, por haber llegado ésta hasta nuestros días con bastante frescor y por el motivo de pertenecer el autor de estas líneas a sus filas. Esta Orden, como veremos más tarde, debe su apelativo de ‘‘Templaria’’ por haberse constituido a base de un núcleo de caballeros templarios en el momento de su fundación en la isla mediterránea de Chipre.
Comprenderá el lector que en este capítulo y en tan pocas líneas no podríamos dar una historia completa y documentada de todas las órdenes, que son muchas más que las citadas. A éstas se les ha hecho referencia de una manera general, ya que quien se interese por profundizar en su estudio recurrirá a otras publicaciones especializadas, profundidad y extensión que no hemos querido, adrede, intercalar en estas líneas que van dirigidas especialmente a los que mediante las cuales han tomado la primera toma de contacto con la caballería en sí. Labor será particular de cada uno el seguir conociendo ya más a fondo las cuestiones propias de estos círculos envolventes por afinidad de las personas constituyentes de la caballería.


 

JOAN ARGENTIER

 

 

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