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HEMEROTECA- Tomo I
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AGOSTO 1973 – Año II – Núm. 10

 

SIMBOLOGIA

EL OMBLIGO. SIMBOLOGIA DEL CENTRO

 


Desde un principio todas las religiones han creído que a semejanza del hombre, el mundo poseía un centro, un ombligo.
Según las tradiciones orientales, cualquier ciudad se hallaba en el centro del mundo. Babilonia, llamada Bab-ilani, era “la puerta de los dioses” ya que por hallarse en la intersección de las tres zonas cósmicas –cielo, tierra e infierno e infierno– era por donde los dioses bajaban a la tierra; igualmente la capital del emperador de la China se encontraba cerca del árbol Kien-mu, punto de unión de las mismas zonas.
Roma, ciudad maravillosa por excelencia, se fundó sobre las bases sagradas del centro, siguiendo el ritual de “los misterios”. Bajo las órdenes de Rómulo, primero se cavó un hoyo circular arrojando en él a continuación, toda clase de ofrendas simbólicas y, por fin, cada acompañante del fundador cogió un puñado de tierra de su país o lugar de origen y los echaron dentro del hoyo. Este hoyo recibió el nombre de “mundos” en el sentido de “cosmos” y fue a su alrededor que Rómulo trazó en círculo los límites de la ciudad, futura capital del mundo antiguo.
Según los mesopotamios el hombre fue creado en el “ombligo de la tierra” y un texto hebreo antiguo afirma que “el Muy Santo creó el mundo como un embrión” y otro texto añade que “al igual que el embrión crece a partir del ombligo, Dios ha empezado a crear al mundo por el ombligo y de allí se ha extendido en todas las direcciones”.
El monte Thabor, en Palestina, lleva un nombre que se asemeja muy curiosamente a Tabbur, es decir, “ombligo” y el monte Gerizim, igualmente en Palestina, era conocido especialmente con el nombre de “ombligo de la tierra”.
Entre los pilares o piedras más famosas que representaban el ombligo de la tierra está el Omphalos, símbolo de Apolo, que se encontraba en el templo de dicho dios en Delfos, y en donde muchas veces éste era representado sobre la piedra.


Pausanias y Píndaro hablan de ella como de color blanco e indican que los habitantes de Delfos la consideraban estar situada en el centro de la tierra, o sea, era una representación del “centro cósmico”, entendido por tal el lugar de conjunción de los tres mundos: hombres, muertos y dioses, o cielo, tierra, infierno. Según parece esta piedra estaba relacionada con los menhires –aparte su significación fálica– y, como ellos, tenía forma de pilastra normalmente.
Desviándonos levemente hacia este aspecto sexualizado del Onafalo debemos señalar que en Grecia se presentaba a veces en forma de huevo y rodeado por una serpiente para perfecta representación del génesis: pilastra para ilustrar el factor masculino y activo, huevo para el femenino y pasivo y serpiente rodeando al huevo como figura del “lingam”, representación de los sexos integrados como poder generador del universo.
El arca en la que Noé encerró los gérmenes de todo lo necesario para la repoblación de la Tierra después del devastador diluvio, es símbolo, tanto en la naturaleza material como espiritual, del poder que hace que nada se pierda y todo pueda renacer, como bien indica Mertens Stienon. Ahora bien, en un plano más elevado es también emblema de la supervivencia y de la supremacía del espíritu respecto de la materia en el conflicto provocado por la oposición de las fuerzas naturales. Debido precisamente por su sentido de protección y guarda de todo germen de nueva vida, el arca simboliza la matriz, en donde se desenvuelven los gérmenes de la raza y ahí está el camino lógico de relación matriz-ombligo y por lo tanto arca-ombligo.
Como comprobación de éste ligazón del arca con el ombligo, Blavatsky señala que en varias sociedades secretas de rito occidental el arca corresponde al sitio del ombligo y está colocada a la izquierda, o sea, el lado de la mujer, uno de cuyos símbolos es la columna izquierda –Bohaz– del templo de Salomón.
La representación china que identifica el centro con “el no ser de la nada mística”, según palabras de Cirlot, consiste en un disco de jade, llamado Pi, con un agujero central. Clara, siempre y abstracta alusión al centro-ombligo.



Igualmente es clara representación del centro místico, del ombligo cósmico, la tabla redonda de Arturo. Sentados todos los caballeros en círculo con el Grial en el centro expresando éste la idea de totalidad interior siempre buscada por el hombre, consciente o inconscientemente.
En el siglo xv, cuando el estudio de lo humano alcanzó su plenitud, se programaron iglesias y basílicas circulares, basadas en las proporciones del cuerpo humano, como la trazada por el arquitecto italiano Francesco di Giorgio. El centro corresponde, naturalmente, al ombligo.
“Oíd, ¡oh hijos de los dioses!, al que habla por su ombligo y os saluda en vuestras viviendas”, dice el versículo cuarto del segundo himno del Nâbhânedishtha y, precisamente, Nâbhâ significa ombligo. El que habla por su ombligo es el sabio, el que sabe, y por eso los brahmanes colocaban la conciencia astral –la psique– en el ombligo y los hipnotizadores persas se manipulaban el ombligo para ponerse en el estado de clarividencia y poder responder a preguntas sobre sucesos y acontecimientos.
Igualmente los parsis creen que los adeptos de su religión tienen una llama en el ombligo, llama de tal resplandor que disipa la oscuridad y les permite ver todas las cosas, por lejanas que estén, del mundo físico e incluso las invisibles del mundo espiritual. El nombre de esta llama es “la lámpara del Sumo Sacerdote” y también “la luz del iniciado”.
Esta importancia del ombligo en su forma mística trascendió a las sectas meditadoras –tipo Hesicastas– que se desarrollaron en el Oriente Medio y en Bizancio con Simeón, llamado “el nuevo teólogo”, con Theolepte de Filandelfia y Gregorio Palamas por los años de 1350 y quienes, al ejemplo de parte de los actuales yoghis, sentados en el suelo meditaban las verdades eternas contemplándose el ombligo de donde su nombre popular de “almas-ombligo”, traducción liberal del griego Omfalopsycoi.
Según Guy Breton, inteligente estudioso de todo lo raro y oculto, los descendientes y continuadores de estas sectas siguen practicando la meditación umbilical degenerada en una simple adoración al ombligo, ya que afirman que para reencontrar la pureza de las edades primeras es necesario servirse del “lazo que nos une a nuestra madre Eva. Este lazo es el cordón umbilical”.
Todas estas meditaciones tienen su expresión gráfica en el Mándala, representación de la idea de centro en expansión. La traducción de mándala es “círculo” y procede del hindú, encontrándose después en todo Oriente. Su finalidad, coincidencia perfecta con el ombligo, es el de servir de instrumento –“yantra” – de contemplación y concentración.


 

F. FERRER VIVES


 


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